¿Dialogar o conversar? Claves para movernos juntos y juntas

EVERT SILVA ALIAGA

La modernidad, inspirada en las prácticas de razonamiento y discusión de la democracia ateniense antigua, ha profundizado más en la enseñanza y el entrenamiento de las competencias de pensamiento, escritura, lectura y oratoria, y poco en la escucha, el reconocimiento, la valoración y el cuidado mutuo. Incluso el desarrollo del razonamiento y la capacidad de discusión son tomados como indicadores de madurez ciudadana. Estas competencias alcanzan su plenitud en el diálogo, práctica contemporánea enseñada culturalmente para destacarse comunicativamente sobre los demás.  

Rutinariamente asumimos la palabra dialogar y conversar como sinónimos, lo cierto es que en sus raíces y usos culturales cada una de ellas guardan matices con respecto a la escucha que cada una ejerce, diferenciar estos dos conceptos nos permite aclarar cuál es más favorable para una mejor comunicación, por ende, para una buena relación. Dialogar, por su parte, nos presenta un escenario de encuentro entre dos o más personas que entran en tensión discursiva con la finalidad de determinar una verdad, aquí la capacidad de escucha es baja. Por su parte, conversar tiene un carácter más colaborativo y lúdico, antes que tensar las relaciones propone, a través de la escucha empática, encuentros centrados en el reconocimiento reciproco, lo que afianza la intimidad relacional, el sentido de complementariedad, la mutua valoración y en consecuencia el incremento de la seguridad y satisfacción de vida.

El diálogo como ejercicio de la palabra hace que las relaciones se planteen desde de un carácter positivista, es decir, una práctica más empírica y utilitarista, la cual se ejerce y valida a través de la argumentación y la retórica. Estas habilidades son enseñadas y aprendidas culturalmente como maneras de resolver las diferencias y las divergencias, disponen a las personas al uso del pensamiento y por medio de la palabra expuesta el individuo salvaguarda e impone su propio parecer, pugna por constituir sus pensamientos en verdades únicas y hegemónicas. Como práctica comunicativa suele ser sorda, impositiva, imperativa y expuesta a no percibir y acoger las otras representaciones de la realidad. Pone en alerta la autoestima, genera desconfianza y produce estrés.

«El ejercicio de la conversación nos dispone a activar métodos creativos y lúdicos que van más allá del solo interés de posicionar una verdad.»

Ahora bien, la palabra conversar proviene de otras dos palabras antiguas: “CON”, que traduce otro, juntos y unidos, y la palabra “VERSO” que significa movimiento, de donde viene vértigo o verso de un poema. Entonces, etimológicamente conversar significa MOVERSE JUNTOS. La palabra nos acerca más a una práctica relacional y comunicativa que suma las energías, las fuerzas, las representaciones. Contrario al diálogo, la conversación no propone técnicas disuasivas o métodos efectivos para convencer e imponerse. Más bien, el ejercicio de la conversación nos dispone a activar métodos creativos y lúdicos que van más allá del solo interés de posicionar una verdad. Como movimiento conjunto la conversación facilita la unión, el mutuo reconocimiento, la validación y contribución conjunta de capacidades, lo que a su vez incrementa la satisfacción y realización de vida.

Una buena metáfora para describir la experiencia conversar como “moverse juntos” lo hallamos en el baile o la danza. Cuando las personas se disponen a danzar o bailar por primera vez generan un acercamiento en el que ambos desean disfrutar del momento. Desde el primer contacto en cada uno emerge el deseo de ser reconocidos y valorados, bajo las lógicas del diálogo cada uno se propone enseñar sus movimientos y hacer que la otra persona se mueva al ritmo que cada uno está proponiendo. Esto puede resultar frustrante para los bailarines si se persiste en esta prácticas impositiva y controladora.

«Comienza así a emerger una forma conjunta y cuidadosa de movimiento compartido, compuesto y armonioso.

Para que el baile se torne interesante y satisfactorio se debe dar prioridad al deseo de estar juntos, por encima de imponerse formas de movimiento. Para esto se requiere que cada uno se descentre de sí mismo y aprecie a la otra persona. Bajo el carácter creativo y lúdico de la música, la actitud de reconocimiento de la otra persona va más allá del solo mirarse, implica el silenciarse, es decir parar el ego y las propias representaciones para escuchar las de los otros. Cuando comienza a darse así, de manera espontánea las parejas se van abandonando al entendimiento del otro, no se persiste más en desconocerse o usarse para el propio interés, comienza así a emerger una forma conjunta y cuidadosa de movimiento compartido, compuesto y armonioso.

Gestar los encuentros basados en la energía de la conversación garantiza seguridad y gozo, activa la confianza. Así como algunos danzantes renuncian a su fuerza para depender de la fortaleza de la pareja, así como aprenden a depositar sus puntos de equilibrio de tal manera que consiguen hacer piruetas y movimientos que solo es posibles con la presencia y cuidado del otro, así también se despliega en la conversación el sentido de dependencia y complementariedad. Este es el punto de partida para que el encuentro sea una experiencia en el que todos puedan conocerse, reconocerse, responsabilizarse, entenderse y abandonarse al cuidado mutuo. Conversar, al igual que el bailar o danzar, va más allá de permanecer juntos o alcanzar consensos, significa sobre todo saber disfrutar el estar juntos.

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